viernes, 18 de noviembre de 2011

PROBLEMAS ESCOLARES


Hoy he hablado con el profesor de “Tolerancia a la frustración” de mi hijo, parece que la mejora es notoria y progresa adecuadamente, me ha dicho. No pudo decir lo mismo la srta. Marta, la siempre tan amable profesora de “Formas de amar”, que me advirtió que si no conseguía aprobar el tercer tema: “Cuando digo no, quiero decir no”, sería difícil que la asignatura no le quedara para septiembre. En “Dietética”, sobresaliente, ya estrangula arcadas cuando pasamos por delante de un Mac Donald.
En “ Desarrollo de la actitud revolucionaria” mi Luismi saca notables, ya nos cuestiona la autoridad, y con mucho fundamento, a su padre y a mí. En “Escucha emocional” aprueba justito, pero aprueba. Las notas de “ El dinero y otras drogas” han mejorado de forma sustancial desde que le apunté a las clases extraescolares de “Bolsillos vacíos”. Pero en lo que dudo que apruebe es en “Técnicas de recuperación sensorial”. No consigo que recobre el tacto en los dedos, que consiga reconocer texturas, que acaricie al gato después de tantos años de golpear con frenética pericia teclas y pantallas. Y es que la era post-capitalista, el mundo post-estúpido, tampoco les está resultando tan fácil a los niños. Pobres.
( en la foto el director del colegio)

miércoles, 9 de noviembre de 2011

LAS MUÑECAS DE MARTITA

Le gusta mucho peinarlas, les pone colonia y las cuida con mimo. Su madre les hace vestiditos de vivos colores y ella las coloca sentadas como si tomaran el té. A veces les sirve sopita que prepara con agua, tierra y pétalos de margarita. Cada una tiene su nombre, con el que a menudo las regaña. Sofía, no sorbas la sopa. Merceditas, siéntate bien. Rocío, deja de poner esa cara. Y ahora que ya no se aburre ni está nunca sola, las horas se le pasan volando. Cuánto trabajo me da esta chiquilla, piensa su mamá, pero da gusto verla cómo se divierte, lo que le gusta jugar con sus muertitas.

martes, 1 de noviembre de 2011

AL RICO VIRUS

No fue hasta que los científicos descartaron cualquier otra hipótesis que alguien empezó a relacionar el mal con el poder adquisitivo de los enfermos. No hubo un solo contagio entre personas con un patrimonio inferior a los cien mil euros. Ni uno sólo. Era un virus que atacaba, con insobornable virulencia y exclusividad, a los ricos. Afectaba principalmente al hígado y a los riñones, los órganos más cercanos al bolsillo, y de ahí se extendía al páncreas, al bazo y a los pulmones. En la mayoría de los casos hasta la muerte.
Empezaron las donaciones indiscriminadas, los regateos a la baja en los sueldos de los grandes directivos, la devolución de las jubilaciones millonarias. Los futbolistas exigían ser mileuristas, los actores de Hollywood cerraban contratos con nóminas irrisorias. En las gasolineras se pagaba la voluntad.
La vida empezó a mejorar para todos. La balanza se equilibró. Desaparecieron las diferencias y con ellas el malestar social.
Sólo quedó un grupo de millonarios dolientes, enfermos crónicos, que incapaces de desprenderse del dinero que destrozaba su salud, se arrastraban con denuedo hasta sus limusinas blancas. Vivían enchufados a botellas de suero, conectados a máquinas de diálisis, convertidos en desechos humanos, garabatos agarrados a su pobre y triste dinero. Podridos.