miércoles, 29 de febrero de 2012

UN CARAMELO DE MENTA

-Espera un poco, todavía no te vayas, déjame buscar un caramelo de menta.
Introduzco la mano derecha en el bolso y mis dedos identifican las llaves de casa, pasan al bloqueador de emociones, siguen un poco a la izquierda para palpar la cajita de polvo de ángel. Tropiezan con el reloj parado en la hora maldita, rozan el potenciador de asombro, los guantes para acariciarse en soledad, el invocador de ausencias. Sigue la búsqueda ruidosa, el cascabeleo sordo de los objetos, paseo por todo lo que me sostiene, como el medidor de stress oxidativo, la colección de instantes, y solo al final del recorrido, al fondo de ese bolso sin fondo, el caramelo de menta contra el olvido.

miércoles, 15 de febrero de 2012

ADICCIONES

Hablan y fuman. Ristras de palabras intentan trazar una línea de lenguaje que conecte ambos cuerpos, una cuerda a la que agarrarse. Pero las palabras caen pegadas a la ceniza que se precipita, ahora al suelo, ahora en el cenicero. Sacan más cigarrillos que apuran mientras el aire de la habitación se consume y se llena de un humo denso, narcótico. Las palabras se atropellan… sí, claro, porqué tú…siempre, nunca, adverbios que se encadenan, culebrean en un esfuerzo inútil por atravesar un terreno lleno de bultos de reproches roñosos. No sobrevive el silencio. No lo soportan. Cada vez que se abre una brecha de aire sin palabras, sacan otro cigarrillo y hablan. Todo el tiempo. Desde hace treinta años.

miércoles, 8 de febrero de 2012

Un amor cifrado

Le preparé una ensalada de sietes que saboreó como si fueran tiernos nueves verdes. Qué buena señal, pensé. La pasta de ochos se contorsionaba juguetona en los tenedores y azucaraba nuestros corazones, que fabricaban almíbar sin descanso. De postre le serví un helado de dieces, que extendido en un solo trazo sobre el plato, rozaba lo sublime. Aún no entiendo lo que pudo ocurrir para que cuando me quise dar cuenta, ya restáramos.

miércoles, 1 de febrero de 2012

Al otro lado del río

No fui consciente de la insensatez de mi decisión hasta que llegué, casi con mi último aliento, al otro lado del río. Desde allí pude ver como mi amada nadaba el trayecto inverso hasta salir del agua, lejana y devastada, buscándome. Separados de nuevo por las sempiternas aguas heladas, nuestro deseo permanecía anclado y vigente en el espacio que separa las dos orillas.