lunes, 30 de marzo de 2009

LA GUERRA

Mamá, ¿cuándo moriremos? El niño se agarra a su madre y tira con fuerza del pañuelo negro que le envuelve la cabeza. Las ráfagas de metralleta serpentean por los callejones estrechos y llegan amplificadas al refugio. No vamos a morir, me oyes, esto va a parar enseguida. La madre coge entre sus manos los deditos helados del niño, que está rígido como un ladrillo. Ahora cuenta conmigo: uno, dos, tres, cuatro...cuando lleguemos a veinte todo habrá acabado y volveremos a casa. Nueve, diez, once. Con la última “e” del número veinte, dibujada aún en los labios de la madre, cae una bomba tan cerca del refugio que la detonación deja al niño completamente sordo. Enterrado en la espesura del silencio, rompe a llorar. Cree que la sordera opaca es la muerte, que la muerte es el mismo horror, pero sin sonido.

sábado, 21 de marzo de 2009

El feliz acontecimiento

El cuadro es de Edward Hopper

La enfermera lleva una bandeja plateada con una jeringuilla, un rollo de algodón y dos frascos monodosis. Sonríe. En ausencia de la bata blanca, podría tratarse de una entusiasta librera a punto de colocar unos tomos largamente esperados, en el lugar preciso de su estantería. La comadrona no tardará en llegar -piensa- y quiere tenerlo todo listo. El feliz acontecimiento tendrá lugar en casa y no en el hospital, como es lo habitual, y precisa de especiales cuidados. Suena un preludio de Pachelbel y la luz entra escandalosa por los ventanales. Una cortina se mueve danzarina, empujada por el soplido tibio de una brisa leve, juguetona. En la cama, a Eva le parece que le falta el aire y aspira gemidos cortos que parecen un hipo exagerado. Miguel le da la mano y la besa, constantemente. Le susurra que la quiere y que ya falta poco, que sea valiente sólo un ratito más. Ella le sonríe lo que le permite una nueva oleada de espasmo invasivo, que esta vez la obliga a cerrar los ojos como para apagar el mundo. Al poco llega la comadrona y los familiares se colocan en racimo al pie de la cama. Todos quieren participar del momento, estar ahí, acompañarla con su abrazo invisible. Estamos aquí, dice el silencio. La comadrona hace su trabajo y el rostro de Eva se alisa, pierde toda contracción y una sonrisa estira sus labios malva. La muerte llega dulce y liberadora, se lleva el ahogo en la laguna negra, el laberinto oscuro de la desmemoria y la gruesa capa de impotencia que cubría a Miguel. El sol blanco de diciembre viste a la Eva muerta con la hermosura de los frutos nuevos.
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Dedicado a mi madre, víctima desde hace años de una enfermedad cruel e interminable. Está escrito con la esperanza de que un día se recupere la cordura y se considere un derecho incuestionable, la compañía, el apoyo y los medios necesarios para el viaje, no sólo en el momento de la llegada a este mundo, sino también en la salida digna de él.

lunes, 16 de marzo de 2009

TODO UN CABALLERO

La foto es de un cuadro de Roberto Lopez

Ayer me pareció que mirabas de forma insinuante a un caballero que comía en una mesa contigua a la nuestra. Mas si no fue así, no me duelen prendas a la hora de pedirte mis más sinceras disculpas por las trece puñaladas.

lunes, 9 de marzo de 2009

UNA PAREJA MENOS PERFECTA

Mi perro odia todo lo que a mí me gusta. Con rápidos movimientos de su hocico, desprecia los berberechos, la tarta de nueces o el salmón. No le gusta, como a otros perros, sentarse frente al fuego a dormitar sobre mis pies mientras leo a Machado. Para él, todo lo interesante transcurre fuera de casa. Se diría que no tenemos nada en común, si no fuera porque cuando yo me fijo en una mujer, él ya lo ha hecho antes. Las olisquea desde lejos, mucho antes de que yo las haya visto, cuando la expectativa es aún un cielo infinito. A saltitos va abriéndose camino. Se acerca a ellas con ánimo juguetón, agitando su rabo desmochado. Entrega lametones a cambio de caricias y arrumacos. Pero cuando yo llego detrás y me tumbo como él con la lengua afuera, ellas salen zumbando.