domingo, 25 de diciembre de 2011

YO TAMBIÉN ME AUTOEPITAFIO

Como hija intermedia, he sido huidizo contenido de sándwich. Parí a los dos hijos que me eligieron ( fueron ellos) como su primer lecho. He dormido y me he rascado bastante. Durante años disfruté del desorden, hasta que descubrí lo relajante que me resulta el caos domesticado . El mundo me ha parecido mucho más bello reflejado en la cambiante superficie de los charcos, sobre los que me he contorsionado buscando la mejor luz, la inevitable fisura. He sufrido y gozado de segundos que resultaron eternos y caminado por innumerables caminos equivocados, sin cuyo tránsito no hubiera rozado el paraíso. Aprendí que el tiempo es sólo un estado de ánimo.Del cuerpo de mi madre hasta este presente ceniza, tal vez he sido sólo una gota que se precipita.

miércoles, 14 de diciembre de 2011

LAS HORAS SIN ÉL

Hoy desenterraré a Eduardo. Cavaré en el jardín hasta que mis uñas ennegrezcan y sangren mis dedos. Quiero ver sus restos, si los gusanos se han comido la carne que tanto amé. Me quema el deseo de ver sus huesos inertes, su sexo ausente, pulverizado.
Necesito comprobar que ya no huele a cobijo desleal, que no hay peligro escondido en las cuencas vacías que contuvieron sus ojos. Nada quedará de su mirada sicalíptica, de aquella poesía de amor corrosivo.
No imagino mejor tarea para hoy, que he amanecido extraviada, llena de la ausencia de mi verdugo, con un dolor plúmbeo que aumenta el peso del aire. Algo habrá, me digo, que me libere de esta oquedad infértil.
Y mientras araño la tierra, miro temerosa hacia la puerta entreabierta de la cocina. Confío en oír el timbre del teléfono desde el jardín. Si suena. Si hoy llama.

viernes, 2 de diciembre de 2011

LA ÚLTIMA LUNA

Estoy tumbado boca arriba. Nubes como algodones ahumados pasan veloces sobre ( o tal vez sea bajo) la luna llena. Les siguen otras más limpias, vaporosas y sin tizne, que se adaptan, se acoplan unos instantes al potente círculo de luz que da sentido a sus formas. Ahora la luna parece el ombligo de un niño, después el diamante del collar de una cantante de ópera gorda, el ojo abierto de una ballena, el pezón de una matrona, el dedo encendido de ET que señala uno de mis ojos. Lo hace mientras alguien lo rodea con sus dedos y estira para que quede abierto. Es la misma mano la que en este momento me baja las persianas de ambos ojos. La luz redonda del astro se proyecta, saltarina, contra la pantalla roja de mis párpados. Después se apaga. Todo.