martes, 26 de abril de 2011

LA MANO IZQUIERDA DE ANA


Mi mano izquierda ha empezado a moverse de forma autónoma, a rascar donde no me pica, a despeinarme en plena reunión de vecinos, a soltar el tenedor cuando pretendo cortar un filete. La psicoanalista me dice que la mano izquierda es mi padre. Y que si me domina es porque no he conseguido elaborar bien mi Edipo. El caso es que la vida empieza a ser un infierno, mi mano derecha se ha ido debilitando y ya ni me atrevo a salir a la calle temiendo que la mano díscola me ponga en algún aprieto. Ahora mismo escribo sentada sobre ella, en pugna, cargando sobre mi nalga izquierda el peso y la tensa presión de todo mi cuerpo para que así me permita escribir, pero no sé si conseguiré inmovilizarla durante mucho más tiemp Ana, no luches más, acepta lo que en el fondo sabes que es irremediable. Sólo déjate llevar...

martes, 12 de abril de 2011

ENTRE LAS FLORES


Mi amigo Llorenç me ha mandado uno de sus dibujos para que me inspire un relato. La inspiración, de caracter caprichoso; no siempre llega cuando uno la espera.


Los dos hermanos decidieron que aquella tarde irían a jugar un poco más lejos que de costumbre, más allá del límite de seguridad que les habían trazado sus padres. Atravesaron el campo violeta de las olorosas lavandas, cruzaron una pequeña zona boscosa y subieron hasta el campo de margaritas, que hasta entonces sólo habían visto desde lejos como una mancha de pintura amarilla
El menor habló primero:
- Debe ser un animal.
- Tú sí que eres un animal ¿ No ves las manos y los dedos? Y la forma del cráneo es totalmente humana.
- Vámonos, tengo miedo.
- Espera, vamos a mirarlo bien.
Y miraron y tocaron, palparon la cálida superficie lisa del cráneo. El hermano mayor introdujo sus dedos en las cuencas negras. Después cortó unas margaritas, hizo de la boca un florero.
La tarde de verano fue barriendo las blancas nubes que toda la mañana y por contraste, habían saturado el cielo de un azul desmesurado. El sol vibraba ya sin demasiada fuerza sobre las flores.
Los hermanos no tardaron en aburrirse del hallazgo y buscaron acomodo, se tumbaron a mirar hormigas, a atravesar sus manos en la larga y afanosa fila de miméticos bichos. Les gustaba ver como los insectos subían y bajaban por cada dedo sin que se viera alterado en modo alguno su empeño por llegar al hormiguero.

No había margaritas aquella mañana de invierno que un grupo de excursionistas subieron hasta el mismo campo. Tampoco había fila de hormigas. Sólo una ligera manta de nieve que dejaba calvas terrosas en la ladera. Y parecía que alguien hubiera esparcido polvo de azucar sobre los huesos, acomodados en postura de durmiente, de tres esqueletos.