sábado, 24 de abril de 2010

EL VOLCÁN


La nube blanca y espesa en forma de coliflor gigante, oscureció antes de sobrevolar océanos y cruzar fronteras de aire. El humo algodonoso invadió cielos cristalinos y polucionados, penetró en templos de todos los cultos, accedió a centros comerciales, emborronó playas y autopistas. Espesó el aire hasta hacer imposible el uso de cualquier medio de transporte.
A los pocos días las gafas protectoras y las mascarillas eran imprescindibles incluso dentro de la cama.  
El volcán, lejos de detener su vómito de humo, contagió a los cráteres vecinos, hasta ahora resecos y dormidos. Parecía como si alguien hubiera descorchado descomunales botellas de champán, después de agitarlas en el núcleo de la Tierra.
La actividad en el mundo desarrollado pasó de un ritmo frenético y estridente al único posible, torpe y silencioso. Y la lentitud se volvió necesidad.
Las partículas del volcán inutilizaron todo artilugio tecnológico. Y sí, algunos nos acostumbramos a respirar metales, a que el feldespato se convirtiera en involuntario aderezo de todos los platos, en invitado de piedra de todas las reuniones. Y el frío y la oscuridad impusieron su dictadura gélida.
En pocos meses el panorama se tornó espeluznante. A duras penas se conseguía comida en las tiendas improvisadas que se organizaron en algunos barrios, a los que entre tinieblas llegaban contados víveres a lomos de burros o de caballos. La gruesa capa de ceniza había tendido un manto, como de nieve gris y blanda trufado de vidrio volcánico.
En cuanto a mí, el azar confabulado con la crueldad me ha convertido en una superviviente. Inexplicablemente adaptada a los cambios y mutaciones, aún respiro.
Sorda y ciega, deambulo anestesiada. Busco un lugar en el que abandonarme a esperar el beso de la muerte liberadora. En el vacío de esta lúgubre noche eterna.


viernes, 9 de abril de 2010

BANQUETE INESPERADO


Empezó devorándose la mano. Fue un acto exento de toda premeditación. Sucedió una tarde que se encontraba absorto en pensamientos intrusos mientras se mordía las uñas. El mordisco avanzó imparable sin que él hiciera nada por detenerlo, y al poco tiempo se encontró sacándose huesecillos de la boca. Con la mano que le quedaba los fue colocando sobre la mesa y en pocos minutos quedó montado un mosaico óseo con aspecto de calendario azteca.
Después siguió comiendo el antebrazo hasta el codo. Llegar hasta el hombro fue fácil. Pero parar en ese momento hubiera sido un acto absurdo y antiestético, falto de sentido y de gracia.
Por eso siguió comiéndose, disfrutando de las obligadas contorsiones y de los pellizcos dados aquí y allá.
Y al tiempo que roía huesos y tendones, se sentía más y más ligero. Eso le confortaba, daba sentido al acto devorador.
Sin nada más que comerse quedó su boca tendida en el suelo, solitaria y saciada. Inútil al fin, como una vagina dentada.