Tengo
que empezar entonando el “mea culpa”, asumiendo la magnitud de mi traición.
Con
nocturnidad y alevosía he aprovechado una noche oscura en la que repostaba
gasolina para abandonar a mi pobre blog en la gasolinera. A su suerte.
Como
padre desnaturalizado con sentimiento de culpa (no olvidemos que la culpa es
egoísta, la fabricamos para no sentirnos tan malvados) vuelvo de vez en cuando
a repostar y le tiro algún mendrugo, le doy un besito y aprovecho para
recordarle todo lo que ha hecho por mí. Porque sin blog no hay libro. Yo fui el
padre, puse las semillitas, pero el que lo tuvo cuatro años en su vientre es mi blog. Sin los ánimos que me transmitía de las visitas, sin
haberme presentado a Flavia y a Fernando, no llega el papel. Y aunque intuye que
me veo con Facebook no me dice nada, no reclama, hasta me sonríe cuando le
visito. Y eso duele, es lo que más duele, más que una patada en los ovarios.
Ahora
tengo mucho trabajo con nuestra criatura, le digo, el libro no me deja dormir
por las noches. Pero un día de estos te llevaré a dar un paseo, te escribiré
cositas y volveremos a estar juntos. Te quiero mucho, mucho, lo sabes. Palabras
huecas que sólo subrayan la dimensión real de la traición, del innoble gesto que avergüenza a la familia.
Ego non
te absolvo.