miércoles, 26 de octubre de 2011

EL FIN DEL MUNDO

Nadie lo predijo para ese día, pero el fin del mundo llegó. En modo alguno representó un acontecimiento funesto de especial relevancia en el universo. No fue por el impacto de un meteorito o por venganza de la naturaleza en forma de cataclismo. Ni siquiera fue el resultado de una tercera guerra mundial. El mundo se acabó porque sí, su bullicio tonto colapsó. La oscuridad serena y muda quedó disponible.

martes, 18 de octubre de 2011

TERRITORIO DE FICCIÓN

Todos los relatos que J. escribía empezaron a formar parte de sus vivencias, quedaban almacenados en el mismo lugar que los hechos acontecidos, engrosaban y a veces suplantaban la memoria real. Al principio fue sólo eso, pero después empezó a añadir detalles, falsos recuerdos nuevos se sumaban a lo narrado en sus historias. Si el relato transcurría en un barrio de París, él recordaba paseos por calles que sus narraciones no mencionaban, encuentros con personas que pertenecían al grupo de amistades del protagonista, totalmente desconocidas para el lector. Así fue como fue creando una vida paralela en sus escritos, entre los que se encontraba mucho más cómodo que en la previsible no-ficción.
Un día dejó de aparecer por los lugares en los que solíamos encontrarnos todos, de responder a las llamadas de teléfono y a los mensajes de sus amigos. Y siendo las caminatas por el barrio sus más atrevidos desplazamientos, enseguida descartamos un viaje imprevisto. Simplemente se había volatilizado.
No supe de él hasta años más tarde. La vida le había ido bien, si es que dedicarse al arte y ganar mucho dinero supone alcanzar lo que algunos llaman felicidad. Pero ese éxito no se reflejaba en sus pensamientos, a menudo teñidos de una nostalgia amarga por aquella antigua bohemia de París, por los amores pasados, por una época en la que pactar con el sistema no se planteaba siquiera como posibilidad.
Pero debo reconocer, más allá de cualquier otra consideración , que tampoco me sorprendió demasiado el hecho de encontrarlo de protagonista en un libro de Houellebecq.

domingo, 9 de octubre de 2011

EL REENCUENTRO


Rodrigo dio señales de vida 27 años después de aquella mañana de enero en la que se despidió de mí como hacía cada día antes de ir a su despacho. Lo esperé aquella tarde y también la siguiente. La tercera noche empezó a dibujarse en mí, cada vez más definida, la fuerte presencia de su ausencia.
Una escueta carta me avisaba de su llegada a Barcelona sin mucho tiempo para indagar en las telarañas de aquel antiguo abandono, sin poder asomarme al profundo agujero encapsulado entre capas y capas de materia sensible.
En el autobús que me llevaba al centro y a su encuentro, el enfado hacia él trasmutaba en autocompasión y orillaba el desprecio, saltaba de pronto a la conmiseración y de ahí a la infinita tristeza.
No le reconocí de tan viejo que estaba, pero él me sonrío enseguida. Se levantó de la mesa del bar para saludarme y observé que cojeaba. Al ver su cara tan cerca, me sorprendí pensando aliviada, que la mía había cambiado menos que la suya.
Y hablamos. Sin atropellos. Y nos escuchamos. Y como si cabalgáramos jaleados por una suave corriente ajena a nosotros, fuimos poniendo piedra sobre piedra hasta edificar sobre el vacío. No hicieron falta explicaciones concretas sobre su desaparición y su silencio. Pero le hablé de todo lo que sentía que me había robado y cuánto de él había buscado incansablemente en otros hombres. Y todo lo que emergía entre nosotros con fuerza sanadora eran variantes de sentimientos que orbitaban alrededor del eje del perdón.
Pasaron las horas y sellamos incontables grietas, muchas de ellas descubiertas en el instante previo a su sellado. Pero en todo el tiempo que estuvimos juntos fui incapaz, y así me lo señaló él con suave resignación, de conseguir volver a llamarle papá.

Dedicado a mi buena amiga Ila, ella ya sabe porqué

domingo, 2 de octubre de 2011

LA MUJER DE MI SUEÑO

Por favor, coja número y espere. Me siento en la única silla desocupada. Enrollo y desenrollo el número 93 haciendo un canutillo cada vez más apretado, la pantalla electrónica salta al número 27. Cambian las unidades y las decenas, algunos números quedan atascados largos minutos, pero no tengo prisa. Llega mi turno. Después de grabar los datos y pagar mi dispositivo UST, vuelvo a casa. Tomo una cena frugal, inserto el UST en mi RB2 y me dispongo a disfrutar del sueño recién comprado. Pocos segundos después de apoyar la cabeza en la almohada, me quedo intensamente dormido. Las imágenes llegan puntuales como prometía la publicidad del producto. Todo es tal como lo imaginé, como conseguí describirlo. Y ya por fin la tengo delante. A ella, mi amada, distante y hermosa, moviendo sus labios asalmonados que imagino rellenos de pulpa de fresa, suave y jugosa. Me habla a mí, me mira con estudiada coquetería. Mi corazón aletea ingrávido. Por favor, coja número y espere, dice la mujer de mi sueño.