No sé de qué me sorprendo, nadie me escucha, nunca lo han hecho. No entiendo las leyes, tampoco a los jueces, ni los códigos que usan para impartir su justicia. De nada sirvieron los informes psiquiátricos, las alegaciones y recursos que presentó mi abogado. Todo fue desestimado. El engranaje del sistema funciona solo, la pesada maquinaria se pone en marcha y usurpa nuestro destino, se apodera de él con avidez de ogro hambriento. Yo sólo soy un eslabón más, un pelele.Sin otra instancia a la que apelar, el 13 de abril se abrieron para mí las puertas del penal. Asustado y confuso, cargando los recuerdos de casi toda una vida en una pequeña bolsa de deporte, crucé el umbral. Acababan los treinta años de presidio y afuera me esperaba eso que algunos necios llaman la libertad.






