
A los blogs hay que darles de comer con cierta frecuencia, es parte del juego. Lo que escribes un día, lo leen unos cuantos fieles (a los míos no me cansaré de agradecer sus visitas) y algún despistado que pasaba por ahí. Despues los textos van engrosando un paquete de entradas antiguas que quedan hibernando el sueño de los olvidados.
Hay algo de exhibicionismo, sin duda, también de vanidad, y mucho de búsqueda de esa respuesta inmediata de los lectores ante un texto recién horneado. Otros textos surgen de la necesidad de gritar alguna verdad que nos quema en la garganta y de hacerlo a golpes furiosos de tecla. Lo cierto es que cada mañana, después de abrir la oficina, encender las luces y conectar el ordenador, antes incluso de comprobar si hay alguna tarea urgente pendiente, entro en "el pasado que me espera" y me dirijo a la columna de la izquierda a ver en qué andais metidos. Intuyo sobre qué puentes invisibles vais a proponerme caminar en los momentos que iré arrancando a las obligaciones, que sin duda también me esperan ese día (basicamente me desesperan).
En fin, que por estos y algunos motivos más, yo lo tengo claro, blogueo.