Cuando Arún, el perro anciano de Graciela, está dentro de casa, aúlla para que le abran la puerta que da al patio de sombras. Arrastra afuera su cuerpo desovillado y doliente para a los pocos segundos pedir con un ladrido afónico que le vuelvan a abrir. Da una vuelta lenta por el comedor, se tumba en el cojín del desacomodo, vuelve a aullar, se para delante de la puerta y rasca con su patita para que le dejen salir. Mi amiga Graciela, paciente portera impaciente, abre y cierra la puerta sin tregua. Abre y cierra, cierra y abre. Pobre Arún, perrito viejo, no sabe que para salir de este mundo de nada sirven las puertas.
Dedicado a Graciela, con el deseo de que Arún pronto cruce
al otro lado del río y que su ausencia no le pese demasiado.
5 comentarios:
Precioso homenaje a mascota y dueña.
Si el perrito pudiera leerte se iría muy feliz.
Graciela que si puede leerte estará pensando en la pena de ese día que no tenga que abrir y cerrar la puerta.
Saludos
En casa tenemos un gato en unas condiciones de tránsito similares. Duele.
Abrazos solidarios.
Impresonante la dulzura con que tratas un momento tan duro, Araceli. No hace mucho nos tocó en casa, con Gurí -nuestro scottish terrier de doce años- y fue muy duro verlo sufrir así.
Un abrazo para ti y otro para Graciela.
Me solidarizo con Graciela y con Arún. Dos nombres preciosos (Graciela Iturbide... la fotógrafa. Arún me suena a judio)Cuando ya no podemos sacar a pasear al perro con dignidad y él tampoco lo hace. La cosa se pone cruda.
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