Había perdido toda esperanza de promover mi obra. Abatido y sin trabajo, me hallaba sumido en una espiral alcohólica de efectos devastadores.
Mi problema, resolví una tarde de lucidez dudosa, eran los descartes. Cada vez que el camino se bifurcaba, que tenía que tomar partido por una alternativa, elegía la peor, la más ruinosa. Mi vida había sido, en suma, una cadena de decisiones erróneas.
Decidí que me había llegado el tiempo de forzar el paso contrario.
A partir de ese día, ante cualquier decisión, por intrascendente que pareciera, cerraba los ojos y como si de una suerte de conjuro se tratara, me obligaba a desechar todo aquello que mi naturaleza me inclinaba a elegir.
Y lo hacía de forma sistemática, burlándome de mis intuiciones y descansando de vez en cuando en aquellos momentos que no permitían el mínimo margen de decisión personal.
No tardé en llenar mi casa de figuras de toreros y de lánguidas damiselas de porcelana. Cambié mi atuendo, empecé a usar colonia, dejé de beber.
Conseguí tragar sin anestesia programas de televísceras, leí todo best-seller de autores de los que abomino. Tan en serio me lo tomé que conseguí ser otro.
Y sí, encontré trabajo y al poco me casé. Ahora tengo hijos, hipoteca y dos coches. Mi vida transcurre por un páramo seguro y sin baches, a salvo de aquellos abismos insondables.
La noche de la sacudida desperté a las tres de la madrugada. Si la tierra había temblado, ni mi mujer ni mis hijos parecían haberlo notado. Me levanté a beber agua y a refrescarme el rostro.
Al volver al dormitorio, la visión del contorno de un cuerpo masculino abrazado a mi esposa me dejó paralizado. Tras el susto inicial, y ante el aspecto inofensivo del durmiente, me acerqué a mirarle. Había algo demasiado familiar en esa cara con barba de tres días y en su olor a whisky mal dormido. Era mucho más delgado de lo que yo recordaba haber sido nunca, pero la cicatriz del mentón no dejaba rincón para la duda.
Si se trataba de una fisura espacio-temporal o de un desdoblamiento cuántico lo desconozco, pero ahí estaba yo frente a aquel otro tipo que yo había sido.
Y si al principio mi mujer se mostró muy indignada ante mi propuesta de que se quedara a vivir con nosotros, tampoco se atrevía a echarlo de casa por su asombroso parecido con nuestro hijo Oscar. Lo cierto es que pasados los primeros días de adaptación, los tres nos llevamos bastante bien.
Ahora a ella se la ve mucho más feliz. Y por esa mirada pícara y relajada con la que amanece algunas mañanas, sé, aunque ella nunca me lo diga, que él es mucho mejor amante que yo.
16 comentarios:
Como no va a ser mejor amante el segundo, no tiene que cargar con la hipoteca...
Sonrío.
Hoy soy la primera, jejej
Feliz noche, mi niña.
Sólo expresarte mi admiración por este pedazo de cuento tan bien escrito
Sólo expresarte mi admiración por este pedazo de cuento tan bien escrito
Tu cuento me hace pensar: ¿ Tomé el camino equivocado?Aquel instante en que decidí algo por otra cosa diferente. Araceli enhorabuena. Un saludo
Jajaja, Araceli. La felicidad puede resultar a veces así de tontorrona. Me ha gustado mucho ese sinfín de contrariedades asumidas y más llevaderas que la vida presuntamente deseada...
Tus micros me recuerdan siempre a otras lecturas. (No lo puedo evitar) ;-)
Esta vez me recordó un relato de Ignacio Ferrando, "Roger Lévy y sus reflejos" (de Sicilia, invierno)... Besos
Jó, Araceli. Ya tocaba. Ya tocaba hacernos felices porque sí.
Me dan ganas de imprimirlo y pasárselo a mi pareja, como una invitación a ese menage a trois.
Que sí, que digo tonterías; pero es que estoy todavía en el arrobamiento de la situación.
Besos y besos.
Compruebo, prima, que seguimos nutriéndonos de la misma musa: no hace mucho escribí un cuentecillo en el que se daba una suerte de ménage à trois.
Tu cuento, además de estar magníficamente escrito (como es costumbre, por otra parte), da que pensar; y yo soy un ferviente admirador de los cuentos bien escritos y que dan que pensar.
(El único pero que le encuentro a este cuento, como al anterior, es el título: en mi opinión, no están a la altura del deslumbramiento que sucede después :-)
Besos.
La fto me ha condicionado un poco a la hoa de leer, pero luego ya me he centrado en la historia, que por otra parte, esmuy original y está muy bien escrita. Aunque, con tanto whisky no sé si sería buen amante o daría gatillazos.
Interesante argumento, y muy bien escrito.
A ella parecía complacerla más el hombre que él algún día había sido y no el acartonado en que se convirtió. Si he entendido este extraño ménage á trois...
Estupendo, Araceli.
Un beso
BB
Los descartes siguen funcionando, pues si la decisión hubiera sido que se fuera de casa hubiera vuelto a fallar.
Y es que el que algo quiere algo le cuesta; total, por muy doloroso que sea soportar una bailarina encima de la televisión y leer a Ana Rosa Quintana, ¡nada es comparable a esa sonrisa feliz del ser amado!.
Los que creemos en el hombre invisible también creemos en el hombre duplicado. Un saludo
hola guapa, recibí tu mensaje. a mi también me encantó pasar esas horas junto a vosotras. fué una tarde muy especial. me pasearé por aquí de vez en cuando
Qué bueno, Araceli. Y qué espeluznantemente familiar...
jaajaja
genial .
Me parece que han celebrado un buen consenso.
Ni con la hipoteca ni con los hijos, SINUOSA. Y con veinte años menos. Así cualquiera.
MIGUEL,gracias por el doble cumplido.
MANUEL IGLESIAS, siempre nos quedará la duda.
GEMMA, que curioso eso que cuentas. Tengo que leer ese relato del que hablas.
Pues mira, NáN, estas situaciones tal vez evitarían algunos divorcios.
Siempre me pillas, primo VIAJERO. Y tienes toda la razón. Es más, mis títulos dan pena.
MANU, tienes razón, la foto despista mucho.
Gracias HANK.
Has entendido perfectamente, BB. Creo que a todos se nos ha pasado por la cabeza alguna vez, una idea parecida.
JAHT, tienes unas frases buenísimas. Esta de: "Los que creemos en el hombre invisible también creemos en el hombre duplicado", es brutal.
YOLANDA, espero que sí, que vuelvas.
BÁRBARA, y familiarmente espeluznante.
REYES, pues yo diría que sí, que han mejorado considerablemente.
Un cuento redondo (y muy inquietante) sobre la dualidad. Enhorabuena.
Un saludo
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