Mientras encendía el cigarrillo, Rodrigo recordó que había dejado de fumar. Apuró el último sorbo de coñac y su mujer indignada le increpó porque era abstemio. La escuchó perplejo ya que él nunca se había casado. Cuando llegaron los niños del colegio rompió a llorar. Él, que ni siquiera tenía ojos.
12 comentarios:
El culmen de la paradoja. Fantástico micro.
Gracias por tu visita.
Así es.
Hay gente que no tiene nada.
Lo peor es la sensación , cuando creemos que somos nosotros ,menos mal que pasa pronto.
Besos.
Dice:
—Mamá, me pica una oreja.
—Pues arráscatela, maldito imbécil.
—Mamá... ¿porqué eres tan cruel? Sabes perfectamente que no tengo brazos.
—Y tú... ¿porqué eres tan imbécil? Sabes perfectamente que no tienes orejas.
Raúl,lo mismo digo: bienvenido a esta tu casa. Reyes: mientras pase ya va bien...
Antonio: Vaya cariñosa conversación materno-filial. Muy bueno.
Estupendo microcuento (o como quiera que se llame), Araceli.
Desconcertado debía estar, el pobre Rodrigo. Casi tanto como el lector.
Gracias viajero. Desconcertar al lector era justo lo que quería.
Muy bueno el microrrelato. "Él, que ni siquiera tenía ojos ni se llemaba Rodrigo".
Lo bueno, si breve, diez veces bueno. Pero pobre, pobre Rodrigo.
No estoy de acuerdo con Bárbara... Lo bueno, si es berve, es una putada... Yo quiero saber más sobre Rodrigo, me cae bien el hombre...
Abrazos
Sí Miguel: ni siquiera tenía ojos, ni se llamaba Rodrigo ni nadie escribía sobre él. Barbara, vale que da pena pero igual también se lo ha buscado ¿Quién sabe? Y Hombre blanco, yo también tengo simpatía por él pero ni puñetera idea de donde se ha metido.
vivir en un mundo llamado Rodrigo
Sí que estaba confuso el pobre...
Saludos
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