No voy a analizar el libro de Agustín porque ya lo han hecho
otros de forma muy profesional y exhaustiva. Y no lo hago, porque, entre otras
cosas, no podría hacerlo, ni de lejos, mejor que ellos. Pero sí quiero hablar
de la resonancia que me dejan sus textos.
Tuve el placer de compartir con Agustín un acto en el Ateneu
de Barcelona en el que Fernando Valls nos presentó como a dos de las nuevas
voces ( menos mal que no tuvimos que cantar) del microrrelato en España.
Llegaba Agustín con su libro recién salido del horno, con la emoción contenida
de padre primerizo.
Ahora que ya lo he leído puedo hablar del estado en el que
me quedo tras leer la mayoría de sus textos. Descolocada. Desde ese estado
voy poco a poco saliendo para construir
la historia de la que Agustín sólo ha ido dando una o dos pinceladas nada más y
ahí te quedas. Y cómo te quedas.
He leído los textos más de una vez, y siempre me acaban
contado historias distintas.
Con depurada técnica consigue la alquimia idónea que nace
de mezclar; en diversas proporciones, humor, lírica y surrealismo. Y a veces le bastan siete palabras. Lo
juro. ¿Cómo lo hace?
He pasado de un relato a otro despacio, porque no puede ser
de otra forma, sólo dos o tres antes de dormir, con la esperanza de que me
nutran mientras duermo. A ver si con suerte me ayudan a que germine alguna idea
de esas que van a la deriva en mi cabeza y que milagrosamente se resuelven en
un sueño.
“Sentido sin alguno” es un libro que, sin duda, merece estar
sobre muchas estanterías y mesillas de noche, dentro de muchos bolsos o en la
carta a los Reyes Magos. Y puede que la edición se agote. La que avisa no es traidora.