jueves, 15 de julio de 2010

DIOS VIVE EN MI CASA

Dios vive en mi casa desde hace ocho meses. Recuerdo muy bien, por lo lluvioso, aquel día de agua que llegó a casa. Su apariencia es de una niña de siete años y huele a lápices mojados. Pensé que era la hija de algún vecino, que se había colado por el balcón, siempre abierto, de la salita. Soy Dios, me lanzó nada más asomar mi cara por la puerta. Y antes de que me diera tiempo a abrir la boca, multiplicó por cinco el pan de molde y las varitas de merluza que acababa de comprar en el super.
Se le nota que es una niña bien, criada por unos padres ausentes.Y a juzgar por los milagros de los que soy testigo, es bastante torpe y antojadiza.Hace aparecer sin ton ni son, latas de aceitunas rellenas por toda la casa. Por no hablar de sus juicios someros, basados en lugares comunes y en la falta del más mínimo sentido crítico. Estos días presume a todas horas del milagro que nos ha hecho en el Mundial de Sudáfrica. Oye, le digo, que a mí no me has hecho nada. Además ¿qué pasa con los problemas económicos y sociales de ese pais? ¿te has parado a pensar en lo que van a hacer ahora con todos esos estadios de costes desorbitados y de imposible reconversión?
Otro día arreglaré eso, me espeta con el semblante aburrido. Y antes de que corra a anestesiarse con la Nintendo, ya ha dinamitado cualquier atisbo de duda que podría quedar en mí: Dios es una superficial.